Los intérpretes, esponjas y muletas de los exiliados
Frente a su psiquiatra, el iraní solicitante de asilo rompe a llorar, abrumado por pensamientos oscuros y aplastado por la precariedad. A su lado, la intérprete Maryam Eghbali traduce sus males y luego también se derrumba.
"Somos como esponjas", resumió ella al salir de la consulta en esta unidad psiquiátrica del Grupo Hospitalario Universitario de París (GHU), donde es una de tres intérpretes permanentes.
"Las palabras llevan una carga emocional, así que debemos sentir el malestar de los pacientes, de lo contrario no podemos transmitir su mensaje con la intensidad adecuada", explicó a AFP la iraní de 48 años.
Desde hace décadas, hay una ola migratoria tras otra, la más reciente de Ucrania y Afganistán, agotando la reserva limitada de intérpretes.
Relato tras relato, hacen de interfaz entre experiencias a menudo dolorosas y los administradores, médicos, asistentes sociales... con una mayor permeabilidad porque a menudo los devuelven a su propio pasado.
"Están en la primera línea", indica la doctora Andrea Tortelli, psiquiatra del servicio que recibe principalmente a afganos sometidos a "estrés máximo".
El reto para estos traductores, dice ella, es "encontrar la distancia adecuada" para no sentirse abrumado.
- "Doble castigo" -
Pero es más fácil decirlo que hacerlo. Desde hace unos meses, las renuncias se acumulan en la mesa de Aziz Tabouri, jefe de ISM Interpreting, empresa pionera del sector.
Muchos no soportaron recibir a evacuados afganos tras la vuelta de los talibanes al poder, cuando sus propias familias no pudieron salir de Kabul.
"Nuestros intérpretes toman la miseria social en pleno rostro. Esto te correlaciona con un deterioro durante 20 años de las condiciones de vida de los migrantes, que sobreviven día a día", comentó Tabouri, quien fue intérprete en los años 1980.
Recordó que entonces, la profesión estaba formada por estudiantes norafricanos que tenían "perspectivas de ascenso social".
Actualmente los intérpretes mismos "están en este lío", han seguido "el mismo recorrido migratorio" y están "totalmente destrozados", lamentó el dirigente. "Un doble castigo".
"Cuando un afgano me dice 'estoy en la calle, tengo frío, estoy debajo de un puente, la policía rompió mi carpa', revivo lo que pasé hace siete años", comenta Habib (no dio su apellido), de 34 años, quien fue intérprete del ejército francés en Afganistán.
En 2015, tras un largo viaje, pasó seis meses en las calles de París.
- Número gratuito y pasteles -
"Revivimos esto quince veces al día y a veces nos pone en situación catastrófica. Pero con el tiempo, este dolor se convierte en un compañero, un amigo", reflexiona.
Para muchos otros, "el agotamiento psicológico" acecha, advierte Tabouri.
ISM Interpreting instauró un número gratuito atendido 24 horas por psicólogos y brinda capacitación para distanciarse de lo que escuchan.
Los interesados se escudan en la relevancia de su misión.
"A veces me saltan lágrimas cuando traduzco, pero la emisión debe quedar en segundo plano", sostuvo Ghanima Ammour, quien interpreta del árabe y el cabileño.
Su mecanismo para "blindarse": "Me pregunto '¿y si la persona miente?', y de golpe tomo distancia".
Para la ucraniana Jeanne Chugunova, de 44 años, el secreto es "comprarse un pastel" después de una misión difícil o sumergirse en la creación de joyas. En suma, cosas "bonitas" para "encerrar tus emociones".
Hay que "protegerse, de lo contrario estaríamos siempre donde el psiquiatra", comenta.
Mamadou Ba ha estado allí: el maliense ha ido cinco veces al diván. "Pesa, hay que dejarlo en algún sitio", se encoge de hombres este profesional experimentado de 65 años.
- Necesidad de formación -
No faltan situaciones delicadas, como el día en que un juez preguntó a una niña que llegó a pedir asilo con su madre si su madre había sufrido los mismos abusos.
"Tuve que disculparme para traducir la pregunta. En nuestra cultura no se dice eso, fue chocante", recuerda Ba.
¿Es inevitable el trauma para los intérpretes? Sabir Jaji descarta la hipótesis.
Este afgano robusto de 36 años, extraductor del ejército estadounidense, conoció las calles y los puentes de París en 2015.
"Me los sé de memoria, no me entristece. Al contrario, tengo que mantenerme fuerte para dar ejemplo", sostiene.
Afectados o no, los intérpretes que se enfrentan a una precariedad extrema deberían recibir una formación especial, afirma su colega Maryam Eghbali.
La iraní, estudiante de psicología, lleva solo unos meses como traductora. Cuando se gradúe, espera ser la segunda psiquiatra de la unidad. Se ríe de pensarlo: "Ni siquiera necesitaré un intérprete".
L.Panchal--BD