"Cada uno tiene sus límites": en el este de Ucrania, los mayores están a prueba de guerra
A sus 73 años, Vladislav Victorovich vive con miedo a los bombardeos desde hace meses, pero no fue hasta el jueves que empezó a plantearse abandonar su casa cerca de la línea del frente en el este de Ucrania.
Justo antes del amanecer, un misil ruso cayó en un edificio cerca de la vivienda donde habita con su esposa y su hijo. A 50 metros de distancia, el inmueble quedó reducido a escombros y cristales rotos.
"Después de lo que ha pasado, estamos empezando a pensar seriamente en que debemos irnos", confesó a la AFP Victorovich mientras sus vecinos intentan ir a recoger todo lo que pueden de los cascotes. "Mi esposa dijo: 'es hora de prepararse'".
Pero, al mediodía, cambió de opinión y piensa en quedarse, abrumado por la perspectiva de tener que encontrar un nuevo hogar para su esposa con problemas cardíacos.
Chasiv Yar, como otras ciudades de la región de Donetsk duramente golpeada por la guerra, ha visto cómo su población se ha visto mermada de manera considerable.
Los que restan son sobre todo "los mayores y personas con movilidad reducida", según la ONU. Aducen numerosas razones, desde la simple desconfianza hasta la necesidad de cuidar de familiares enfermos o la falta de una elección mejor.
Pero, la intensidad de los combates y la dureza creciente de las condiciones del invierno, con temperaturas que se prevén por debajo de cero este fin de semana, comienzan a pesar.
"Vivimos ahora bajo un estrés extremo y esto nos enferma", revela Victorovich, quien asegura que "cada uno tiene sus límites" y añade: "Quien vive en condiciones normales no puede comprenderlo".
- "Los jóvenes se han ido" -
Al otro lado de la calle, Iulia Tuskova, de 88 años, hace cola para recibir unas láminas de lona de plástico suministradas por el municipio, una solución temporal para las ventanas rotas.
Cuando vuelve a casa, apoyada en su bastón, se pone a llorar tras preguntarle si necesita ayuda para instalar los folios de plástico.
"No tenemos hombres, sólo abuelas", lamenta la anciana que vive sola. "Todos los jóvenes se han ido y sólo quedan los viejos", prosigue.
"No hay nadie para clavar el polietileno, todas las ventanas están rotas, no hay nadie para ayudar", asevera.
Olena, de 64 años, explica a la AFP que no tuvo más opción que quedarse para cuidar de su madre y sus perros. "Mi madre tiene 85 años, está enferma; camina por el jardín durante la noche y tenemos miedo de que le disparen", remarca.
En la localidad industrial de Kostiantinivka, a unos 20 kilómetros al oeste de los intensos combates en Bajmut, Praskovia, de 89 años, asegura a la AFP que, pese a las difíciles condiciones, está determinada a hacerle frente.
"Tenía diez años durante la Segunda Guerra Mundial y ahora hay otra guerra en mi avanzada edad", esgrime. "En la época teníamos hambre y frío, lo soportamos todo. Sobrevivimos entonces y sobreviviremos hoy", puntualiza.
- Soledad -
Aunque no están amenazados directamente por los combates, los ancianos que han permanecido deben enfrentarse a un enemigo particular: la soledad.
En Limán, ciudad tomada por los rusos en septiembre, la sexagenaria Anatoli Gisenko acogía hasta a treinta personas en el cobertizo de su sótano que había llenado con colchones y sillas de madera.
Pero a medida que las temperaturas disminuyeron y la población de Limán cayó, cada vez menos visitantes llegaron al sótano calentado con una estufa de leña que él mismo construyó con ladrillos. Gisenko terminó solo con sus tres perros.
Recientemente, invitó a su amigo Sergii Tarasenko, de 58 años, que vivía solo en otro barrio de la localidad, a mudarse a su casa. "Es más divertido estar juntos", afirma este último a la AFP. "Tal vez otras personas vengan en caso de haga más frío", agrega.
Le gustaría que viniera una mujer, para que se ocupara de la cocina y los dejara dedicarse a tareas como cortar leña. Su menú se reduce actualmente a pasta, papilla y setas recogidas en el bosque plagado de minas detrás de su vivienda.
E.Narula--BD