El temor a un mundo "aséptico" sin corridas de toros planea en el sur de Francia
"El temor a que todo se vuelva aséptico, a que se borren las particularidades" regionales planea en Arles, en el sur de Francia, donde a los apasionados de la tauromaquia, como Dalia Navarro, les inquietan los intentos de prohibir las corridas.
Esta tradición española, introducida en Francia en el siglo XIX, se arraigó rápidamente en la Camarga, una región de llanuras y marismas en el delta del Ródano, donde ya existían juegos taurinos y donde muchos españoles se instalaron por motivos económicos o políticos.
"Aquí convivimos desde pequeños con el toro", primero viendo los encierros en las calles, después con las corridas camarguesas, donde no se mata al animal, y finalmente con las corridas, asegura Thomas Guzman.
Este albañil de 37 años ayuda a menudo a la ganadería de toros bravos de Blohorn. Junto al lago de Vaccarès y sus flamencos, estos imponentes animales viven en 600 hectáreas, en medio de vacas y cabestros.
Con cuatro o cinco años, los toros bravos morirán a manos de matadores vestidos con sus trajes de luces en las plazas de toros, al término de lo que los defensores de la tauromaquia llaman un "noble ritual".
Sus detractores lo ven en cambio como una "tortura". El diputado antiespecista Aymeric Caron busca incluso la abolición de las corridas de toros, que la Asamblea Francesa (cámara baja) debe debatir este jueves.
Cuando un toro es indultado por su valor, vuelve a la ganadería hasta su muerte natural.
Patrick Alarcon es el mayoral de la ganadería Blohorn, es decir su intendente. Desde hace 39 años, es uno de estos vaqueros que trabajan al aire libre, casi siempre a lomos de un caballo blanco de Camarga.
En esta mañana de noviembre, da a comer a los animales y les habla a veces desde lejos. "Si se suprime la tauromaquia, todo este saber hacer se perderá. Si pierdo este trabajo, seré el hombre más infeliz del mundo. ¿Qué haré?", se pregunta.
- "Aceptar ver la muerte" -
Alarcon defiende también el papel de estos toros, que necesitan grandes espacios, en la conservación del entorno de Camarga. Unos 6.000 toros bravos viven en esta región, en unas treinta explotaciones.
¿Comprende la preocupación de algunos activistas por los derechos de los animales que denuncian la muerte del toro en las corridas? "Es una raza que está hecha para combatir, el toro lucha hasta la muerte", replica.
Como muchos apasionados de la tauromaquia en Arles, el mayoral estima que el toro adquiere toda su nobleza en esta lucha pública contra el hombre en una plaza de toros, lejos del destino de millones de animales sacrificados en mataderos por su carne.
"Estos animales también mueren, en ocasiones en condiciones no muy agradables, y no se habla tanto", abunda Dalia Navarro, quien señala las dificultades crecientes de la sociedad "para aceptar ver la muerte". "La corrida trata de la muerte, un tema a menudo tabú", agrega.
Esta natural de Arles fundó Les Andalouses (Las Andaluzas), un club que reúne a aficionados de las sevillanas y de la tauromoquia. Estos son muy activos durante las populares ferias, que atraen a miles de personas.
"Aquí, incluso la gente que no va a las corridas, sienten un apego por ellas, ya que el toro forma parte de la cultura", asegura.
En la escuela taurina, una decena de jóvenes aprenden a torear, capote rojo en mano. En el ruedo, Mehdi Savalli, un matador profesional de 37 años, está dispuesto a "defender" su pasión "cueste lo que cueste" contra los anticorridas.
Para este hombre criado en Arles, el toro es como un "compañero". "Entiendo que es algo que no están acostumbrados a ver, pero sentimos algo diferente. Lo único que tengo que decir es que nos dejen tranquilos", concluye.
C.Jaggi--BD